sábado, 2 de marzo de 2013

Criatura: mitad mujer, mitad fotógrafo.





"Blow up" es una película sobre una misteriosa criatura voladora, mitad mujer, mitad fotógrafo. La constante acción de captura de la parte inferior, estimula a que el ser superior femenino, estire sus alas de manera sensual para conseguir elevarse en el cielo rojo que existe en esta película. El fotógrafo rodea con sus piernas la cintura de la mujer mientras están por los aires, para así evitar desprenderse, mutilarse. 

Y en el vuelo, jamás deja de fotografiarla. 










viernes, 1 de marzo de 2013

Crítica: "The Master". Elegante y estremecedor retrato sobre los vacíos orígenes de la cienciología, o sexo con una mujer de arena.


Empieza “The Master”, aparece Freddie Queel, un hombre de columna agachada, “huesudo”, de rostro arrugado aunque joven, y mirada imperfecta. Su postura encorvada, de pronto, no parece ser un simple fenómeno de su cuerpo; hay algo más que está retorcido en él. El lente de la cámara es angular, definitivamente hay algo más. La playa llena de hombres y una sola mujer, que es de arena, Freddie se echa para “hacerle el amor”. Él está vacío, lo ha vaciado la guerra, como a muchos combatientes, que están resignados a vivir en un mundo facilitado, pero no pensando por ellos. Este desamparado escenario trae un nuevo enfrentamiento: los escombros ideológicos, religiosos, de los años cincuenta y adelante. Freddie es hábil en la preparación de un extraño brebaje, casi asesino; es su mayor aporte a esta sociedad con resaca. También puede estar detrás de una cámara, y hacer perfectos retratos del estadounidense ideal; para nada como él, quizás por eso termina por hartarse del trabajo.


Escape hacia el barco. Es el tiempo de sectas organizadas, del negocio de la limpieza espiritual, de la metodología patentada, escrita, sacramentada, para la cura del alma, que en estas épocas no es más que parte de la estructura de la incertidumbre política e intelectual. Lancaster Dood (L. Ron Hubbard), escritor de “La causa” (“la cienciología”), dirige, piensa esta agrupación, y la siembra principalmente en las clases altas (sabemos a futuro cuáles fueron las consecuencias en el Hollywood contemporáneo). Freddie, tras algunos problemas, despierta en el barco del líder de esta iglesia. Ahí se conocen este y Lancaster. El “veneno” que el desubicado prepara, los estimula, acerca sus distintas personalidades y estados actuales, los sienta con fraternidad en la mesa, hacia el “juego” de las preguntas, la entrevista psicológica, y de inmediato, el brebaje es una adicción y la relación una obsesión. 
El revoltoso pasa a ser el protegido del maestro, es su nuevo espécimen. Pues el fugitivo no es otro conejillo de indias para la fórmula, es todo un perro chusco perdido en busca de carne, y Lancaster ve la oportunidad de poner a prueba, hasta el límite, su metodología, darle control a Queel, sobre algo que en él está despedazado, su infinito espíritu.

Lo que deviene es la tortura de Freddie por lograr ser un tipo funcional, saber si es lo suficientemente estable para la sociedad vislumbrada por la iglesia de la cienciología (jamás se sugiere en la película, pero…). Sin embargo, él no está para nadie, no tiene familia, tiene un pasado amoroso que hoy significa nada, es apenas, un siervo rabioso de un discreto filósofo de ideas escondidas en el desierto. No tiene más y su base es imaginería burguesa y barata de la nueva mitad del siglo, poderosa ambigüedad. ¿Es capaz Freddie de caminar de una pared de madera a una ventana, es capaz de eso, es posible que se enfoque completamente en esa acción?, ¿puede acaso mirar a una persona sin perder la atención, ni lanzar una sonrisa, durante un buen rato?, ¿puede responder con absoluta sinceridad una y otra vez las preguntas de la entrevista de Lancaster?. Y este método, ¿es legal?. Paul Thomas Anderson, deja, en medio de la terapia, retazos de la falsedad, estafa, vacua creencia, que las autoridades penalizaron en un momento, y luego permitieron construir enormes escuelas.

Paul Thomas Anderson, hace su película más elegante, bella, mejor cuidada (espléndida dirección de arte), mejor filmada, mejor actuada, pero también es su obra más ambigua, más desoladora. Mucho más que “Petróleo sangriento”. El ejercicio de “autotragarse” que aplica al personaje de Joaquin Phoenix, es terrible, de lo más tétrico de su cine, jamás un personaje estuvo tan desdoblado como aquel, en todos los sentidos. Estamos en el medio de la digestión mental de un hombre y de toda una época. Retrato sutil y deprimente del ser humano, tan arrebatado de vida que no le queda otra que señalar una roca en el horizonte, como destino, la búsqueda de camino, al encuentro de nada. Lancaster, tras la presentación de su inédito libro, es solo un hombre sentado, desgastado, sin ganas de representar la cabeza sagrada de una religión en sus orígenes y por ende con fieles demasiado ansiosos; él, tras la misa, los ahuyenta si se le acercan, como un dios real, cansado de milagros.

El resultado final de la causa, es una iglesia que crece a través del mundo, y un hombre solo que desaparece debajo de una mujer de verdad, y luego recostado sobre una mujer de arena.



X: "The Master" es la mejor película del año, nada más que hacer. Sin dudarlo pudo haberse llevado fácil el Oscar a mejor película, lo cual se lo podemos pasar, pero no darle al menos la estatuilla a Joaquin Phoenix, ya es dudoso cienciólogos. 

jueves, 28 de febrero de 2013

Crítica: "Bestias del sur salvaje", Las bestias tras el huracán.


En un paisaje aislado del planeta, en un lugar salvaje, en el que es difícil separar el agua de la tierra, en donde el barro es la superficie más estable, y niñas se preparan para luchar contra la fuerza del universo, al sur del país del norte, ahí se encuentran las maravillosas bestias de esta historia.

"Hushpuppy" (Quvenzhané Wallis) y su padre viven en una comunidad lejana de la urbe, del duro pavimento, en un denominado bayou ("...cuerpo de agua formado por brazos y meandros del río Misisipi..."), cerca al mar, en su insinuación. Hábitat de árboles húmedos, de charcos, de animales sucios, y cadáveres. El tránsito de esta población, principalmente es a bote improvisado, o lo que sea flote.



Adultos enseñan a niños a cazar, a despedazar cangrejos, y a festejar con su naturaleza, un festival de especies en el fin del mundo. 



Y viven al límite de que el peligro sobrepase sus vidas, "sus hermosas casas", que al agua inunde "La bañera", y no quede más que el helicóptero, la fábrica, el hospital y el mundo que más, hoy conocemos.

Mientras, en la tierra de los icebergs, se descongelan animales gigantes de otro tiempo, de un tiempo místico, y ahora, en el tiempo del cambio climático. Una vez libres de esa prisión oceánica, viajan hacia el sur salvaje, al encuentro de "Hushpuppy".
"Hushpuppy" es la niña fiera, que escucha el latir de los animales, que narra y vive esta aventura. Tiene su propia casa, que ella misma se encarga de destruir. Es la pequeña fuerza de su padre, es la mirada valiente de su gente, de las demás niñas. Ella sueña y recibe a los Uros, es amiga de estas bestias mitológicas. Entiende su posición en el universos, en una constante reflexión al borde de las aguas, y finalmente el fuego. Lucha contra su propia fragilidad, contra su vulnerable padre, el único amor que tiene en vida, que luego debe superar. La visión de su madre, una luz en el mar, es quizás lo más conmovedor e interesante que entrega la película a la historia del género. Quvenzhané Wallis, interpreta a esta niña, y lo hace con mucho coraje y agilidad, con la frente, brazos y pelos en alto.

Benh Zeitlin, director de esta premiada película independiente estadounidense, realizó en 2008 un cortometraje llamado "Glory at sea", el cual nos permite verificar la cercanía, ritmo y punto de vista infantil del joven director, con la sufrida vida de mucha gente, post-Katrina.


En "Bestias del sur salvaje", sumergido mucho más en el realismo mágico, fortalece su relato con polvo y tierra extraordinarios, lluvia bíblica, hielo onírico, y un paisaje sureño lleno de lirismo. Más la crudeza y ternura personajes que celebran el ritual de la vida y muerte, al borde de la catástrofe, cercano a un neorrealismo milagroso -"Milagro en Milán" de Vittorio De Sica.


La musicalización de "Bestias del sur salvaje", hecha en parte por Zeitlin, un punto símil en la corta carrera del director, es tan resaltante como las bellísimas imágenes. Vemos el intrépido camino de nuestros personajes, y en este, escuchamos una música que enorgullece cada paso, y que levanta en hombros a la niña que va adelante de la caravana. Es una banda sonora muy efectiva.



"Bestias del sur salvaje" es una experiencia mágica y sincera, sobre la convivencia entre la humanidad y el desbordamiento de mar. Aquel huracán que dejó comunidades y naturaleza salvaje, en un mismo espacio al sur, y en parte en la imaginación de una niña heroína, en su propia país de Oz, aunque poco y nada parecida a la historia de Dorothy Gale.

X: Habría que hacer un paralelo entre "La vida de Pi" y "Bestias del sur salvaje", pues su encuentro en la premiación de los Oscar, permite, no como simple anécdota, dar cuenta de una semejanza esencial: el impredecible espíritu de lo salvaje, esa energía cósmica que nos conduce, en estos casos, a nivel del agua, del mar, y de la lucha acuática y sus islas peligrosas, y claro sus respectivas bestias.


* Los dejo con el cortometraje, "Glory at sea" (2008)


Crítica: "El lado bueno de las cosas". Actores en favor y sometidos a un género.


“El lado bueno de las cosas” es la nueva dosis de amor y deficiencia mental (de esas que le gustan a los Oscar), que propone, en esta oportunidad, David O. Russel. Si bien, esta comedia romántica, respeta los límites clásicos del género, quizás su gran virtud, es delimitar su mayor interés a las impredecibles y buenas actuaciones de su elenco.

El paciente principal de esta historia, es Pat (Bradley Cooper), el cual acaba de pasar 8 meses en un instituto mental, por agredir brutalmente al amante de su esposa. Este episodio de violencia, ha repercutido en su estado mental, que alerta trastorno bipolar. En su hogar, sus padres (Robert De Niro y Jacki Weaver) lo esperan con suma preocupación. A su vuelta, Pat, que tiene una orden de restricción que le impide ver a su esposa Nicky, no se resigna a terminar su matrimonio. En pleno trote, en pleno camino hacia la recuperación del amor, aparece Tiffany (Jennifer Lawrence), otra enferma mental, que en su caso, ha perdido a su esposo en un accidente. Tiffany es cercana a Nicky, a lo que Pat no dudará en usarla como el nexo necesario. Ella, por su parte, aprovechará el interés, para a cambio, éste sea su pareja en un próximo concurso de baile.

Así se desenvuelve el careo, el boca a boca, de estos dos personajes, "chico y chica", que en todo momento evidencian, tragicómicamente, su desequilibrio mental, hacia el punto de querer verlos bailar algún “cha cha chá”. Y este caótico encontrón, como era de esperarse, no es más que la romántica rehabilitación para los dos, la disciplina ante su descontrol.
Pat,  vestido casi todo el tiempo con un buzo deportivo, es el chico que no seduce a primera vista a la chica, Tiffany, aquella que invita al baile.  Sin embargo, la película nos obliga a edulcorarnos de esa segunda vista, de esa carta falsa, tan deprimente al principio, y finalmente, romántica. Nos apaña de “bonita” esperanza para estos desadaptados del barrio y del amor, estos inútiles para las citas y la conversa estándar. Y al final, ya ve tú si te crees el cuento de “loco y loca se enamoran”.

“El lado bueno de las cosas” empieza como una buena y desafiante película sobre el fracaso amoroso y la enfermedad mental, y termina como una suavecita historia de amor para un público un poco más exigente de lo normal. No obstante, vale la pena ver a Robert De Niro (auto-revisándose), aportando su propia dosis de desestabilidad, con obsesión y superstición. A Jacki Weaver, como el indefenso rostro de familia, en el que decae todo el lunático linaje masculino (realmente provoca ternura y pena). Jennifer Lawrence, una actriz con una actual carrera actoral de multipersonalidades, que le permiten, en esta película, ser tan impredecible una vez más. Y Bradley Cooper, que se descubre como un hombre frágil y magullado.




Agradable película, con un remate caprichoso, culpa de la sobredosis actual del género.

Crítica: "La vida de Pi". Monasterio de imágenes.




“La vida de Pi” es un relato sobre la naturaleza fantástica del espíritu humano (y del cine). Ang Lee utiliza el arte de contar, en todo sentido, para hacer un paseo de sobrevivencia a través de maravillosos paisajes celestiales y marítimos. 



La naturaleza captura al cine, para enaltecer con ilusión y realismo, aquel poder divino de hombres y animales. Todo ello bien repotenciado por el arte de la tecnología milimétricamente dispuesta, para ese gran monasterio de imágenes. Mágica historia que habla de dioses y mentes frágiles y poderosas, de un niño que crece para enfrentar su vida, para ganar finalmente esperanza.


La pantalla, nos dice Ang Lee, es uno de los caminos para llegar a la creencia del alma en todas las cosas, hasta en una isla venenosa. Todo siente en “La vida de Pi”; es posible establecer, con la sensibilidad, cualquier especie de este mundo. El cine se entrega con toda majestuosidad, y a sabiendas del mensaje de la novela de Yann Martel, permite que su 3d y demás, sea tan sensible como la vida misma. 



Crítica: "Amour". Haneke en el tétrico lugar del amor


En “Amour”, Michael Haneke continua su escalofriante pureza narrativa, en este caso, en respeto de la decadencia física y emocional, de una pareja de la tercera edad. Fríos, lentos, sinceros encuadres, que repiten el mismo sentir de la sanguinaria filmografía del director. Haneke apuesta por un relato sobre el afecto y dedicación hacia un ser amado, pero siempre sometido a la frontal perversidad que lo caracteriza. 


La ternura de cada caricia o abrazo, las resplandecientes miradas de los amantes, el sufrido acompañamiento de George y Anne; no acusa algún juicio o dramatismo sobre el afecto, la enfermedad y la muerte. La honestidad de cada plano, la tormentosa paz del departamento, en donde los cuerpos hacen un denso viaje místico hacia transformarse en espíritus de ese inmueble parisino.

Anne queda en silencio y no suena una sola nota de piano. La catarsis sonora de “Amour” sigue el intermitente caminar y finalmente deterioro del personaje de Emanuelle Riva. Ella es una retirada profesora de música clásica, y esto pesa en su malestar. La fuerte imagen del piano abandonado, tocado si quiera en la imaginación de George, que no es más que una radio; o el talentoso exalumno que apenas recuerda la melodía que adora Anne. Todo en favor o castigo de la fría decrepitud representada, el fallecimiento.

“Amour” comienza con una situación policiaca, con el descubrimiento de un horrendo y pasional crimen. Lo que sigue, es el aprisionamiento a resolver este aparente asesinato, que en su concluyente respuesta, nos damos cuenta, no se trata de algún asunto de detectives o huellas de crimen, más bien, esto tiene que ver solamente con el amor. La introducción, no es más que el macabro sello del director, y la cortina que se abre, hacia una historia muy fuerte sobre una anciana muerta venerada entre flores y una ventana abierta al vacío.

Michael Haneke no deja de aterrarnos con su nueva película extrañamente oscarizada. “Amour” no guarda tantos misterios como “La cinta blanca” (que en su caso retrata los terribles cimientos de la Alemania pre-nazi), sin embargo, es también un retrato terrorífico, ahora sobre la tristeza. Retrato horrendo que parece no deja lugar para el amor, no obstante, ese es precisamente el lugar donde sucede esta historia. 



Crítica: "Holy Motors". Miles de caras.



Entrar en los procesos de transformación de Denis Levant en “Holy Motors”, es como entrar en el proceso mismo de la transformación del cine (o en la máxima destrucción de este arte en plena evolución siglo XXI). Porque esta última magistral obra del francés Leos Carax, se ubica por detrás de la audiencia, en alguna celestial butaca que le permite ver su propia película y controlarla desde donde esté; abusar de su personaje, asesinarlo y revivirlo, y mantenerlo suficientemente cuerdo como para comprender que está trabajando para “Holy Motors”, la película que estamos viendo.

Denis Levant mastica la flor de sus entrañas, para interpretar a cual personaje venga en gana, incluso al padre de una familia de monos de suburbio. Construcción y deconstrucción de personaje; estamos frente al espejo de este actor que se produce de mundo en mundo, de piel en piel, como si se tratara de hacer funcionar, en una sola entidad, un sinfín de personalidades, y con la perfección de un guión seguido al pie de la letra; es la regla.



La rebelde estructura de este relato, parecido a películas como “Paseando a Miss Daisy” de B. Beresford 
,“Collateral” de Michael Mann o la más reciente “Cosmópolis” de Cronenberg (cualquier comparación es solo una broma), nos atrae hacia un paisaje cinematográfico hiper-heterogéneo, que nos empuja hacia una orgia mitológica en tercera dimensión, o al famoso cementerio “Pere-Lachaise”, o hasta un romántico musical suicida con Kylie Minogue, y mucho más. El único espacio común y quizás lo único “verídico” o “natural”, entre los constantes cambios de locación, es el escenario de la limosina, el camarín movible. Ahí vive Denis Levant y sus diversas amputaciones de carácter. Es en esta reducida pero expandida zona neutral, en donde estamos frente al drama de cambiar, en donde somos sensibles al proceso de ser un personaje o varios; vivimos esa etapa del cine, esa que está detrás siempre de nosotros, y nos miente con el fin de emocionarnos, con el fin de disfrazarnos. 

“Holy Motors” es el trabajo de vivir en miles de caras, es el cine en miles de caras, fotogramas del pre-cine y sensores de movimiento corporal del cine actual. Y es el nexo que las une, el que las denuncia. La metamorfosis del rostro de una película, la piel que madura, el pellejo que cae y la nueva vida, el nuevo escenario, la nueva proyección. 

El cine avanza. El presupuesto aumenta para películas que piden, por ejemplo, la predisposición de Eva Mendes y su belleza física religiosamente tapada. A esa clase de ideas les están regalando limusinas de lujo. Y tipos como Carax las devuelven hablando. “Holy Motors” es un homenaje y una burla al cine, y esa es la manera más sugerente para que crezca, mejor aún, mute en algo inesperado.